A sus sesenta años, Sully no tiene un pelo de tonto, aunque sí una clara tendencia al escapismo y problemas con el alcohol. Con todo, no ha tenido una vida infeliz, gracias a sus buenos amigos y a una amante que no le exigía demasiado. Pero ha llegado a una edad en que la vida pasa cuentas, y se encuentra sin trabajo y al borde de la bancarrota, y además, su hijo, en plena catástrofe matrimonial, ha regresado a casa.