Para los habituales del café Unicornio, en Gante, Rikkebot era un dios. Él era el alma del grupo, aunque probablemente no la tuviera, o quizá muy malvada. Jugador, desenfrenado, capaz de dilapidar en seis meses su inmesa fortuna, carente de escrúpulos, tan cínico en el amor como en la amistad.