Augusten, el chico de Recortes de mi vida, al que su ma­dre abandonó en cuerpo y psique en manos del doctor Finch y de su excéntrica familia extensa, ha sobrevivido a su esperpéntica adolescencia. Ahora tiene veinticuatro años, vive en Nueva York, es un brillante redactor publi­citario y, al parecer, un veinteañero como muchos. Sólo que en el tiempo en que sus amigos se toman dos whis­kies, él se bebe doce. Es uno de esos alcohólicos que be­ben un litro de whisky por la noche pero al día siguiente consiguen funcionar. Hasta que la bebida comienza a notarse en su trabajo, y la directora de arte no le perdo­na que una noche llamara a un cliente y le propusiera hacer sexo por teléfono. La empresa decide pagarle la clí­nica de rehabilitación que él elija. Y Augusten opta por la más cutre de las clínicas cutres para alcohólicos gays. «Burroughs puede escribir sobre el amor sin ser almiba­rado, cuenta su vida como alcohólico sin aburrirnos ja­más, y escribe sobre su demencial familia sin compade­cerse a sí mismo» (Deirdre Donahue, USA Today).