Contra la opinión familiar, el padre decide enviar a su hijo mayor a una escuela militar. Comienza entonces la odisea para ese niño que no cree merecer el castigo al que lo someten, un exilio prematuro. Adiós, pues, a la vagancia vespertina, a los romances escolares, al regazo materno, a la aventura cotidiana de barrio pobre, a la escuela primaria donde no es necesario cargar un fusil o recibir órdenes de soldados. A sus once años, el joven cadete comprobará que su nuevo colegio no es una metáfora del mundo, sino el mundo mismo saturado de ambiciones y crueldades inútiles: una penitenciaría. Nos encontramos en la Ciudad de México a principios de los años setenta; los últimos tranvías de la época recorren con parsimonia las avenidas principales y la población del país comienza a crecer de un modo desmesurado. Situada en el centro de esa mirada impía, que define el estilo de Guillermo Fadanelli, Educar a los topos es en gran parte autobiográfica, maliciosa, testimonio de aquellos años donde, para sobrevivir, el protagonista de la novela no contaba con más compañía que su imaginación y sus miedos.