Hacia 1665, un esclavo liberto pintó el retrato de doña Gracia de Mendoza, célebre cortesana de la época, y de un niño a quien recogió, convertido luego en su amante y finalmente en su esposo, Pablo de la Corredera. Desde entonces, el cuadro ha sufrido avatares, ha cambiado varias veces de dueño, ha padecido mutilaciones y añadidos, y sobre todo, ha sido visto con distintos ojos por hombres y mujeres de distintas épocas.