Lo que encontramos en las calles es una vida que sólo puede observarse en el instante en que emerge, ya que está destinada a disolverse de inmediato. En los exteriores urbanos no hay objetos sino relaciones diagramáticas entre ellos. Es una acción interminable cuyos protagonistas son esos transeúntes que reinterpretan la forma urbana a partir de los estilos con que se apropian de ella. La calle es así una forma radical de espacio social, que no es un lugar, sino un tener lugar de los cuerpos y las miradas que lo ocupan. Comarca rediseñada una y otra vez por las migraciones que la recorren, que tejen una amalgama inmensa de colonizaciones transitorias, muchas de ellas imprevisibles o insolentes: lo urbano, entendido como todo lo que en la ciudad no puede detenerse ni cuajar; lo viscoso, filtrándose entre los intersticios de lo sólido y desmintiéndolo.