En El Buscón Quevedo consigue unir la descripción de la realidad a su transformación en artificio verbal. Sólo que aquélla es una apariencia: su auténtica verdad está en el lenguaje. Con la palabra crea una pieza genial en la que el protagonista y el mundo que lo rodea se convierten en caricaturas grotescas, en excusas para la exhibición de un ingenio ácido, bronco, brillante y sorprendente.