La imagen exterior de España cristalizó hace tiempo, conformando un conjunto de rasgos que, en puridad, se reducen a unos pocos estereotipos en los cuales la mayor parte de los españoles no nos reconocemos, aunque, paradójicamente, hayamos terminado por aceptarlos en el plano colectivo, dando por descontado que eso es lo que un extranjero puede y hasta debe pensar sobre nuestro país. Parece como si la "España de charanga y pandereta" que tanto denostamos al final hubiera sido admitida no solo como miembro de la familia, sino como representante legítimo y único de la misma.